Tiempos difíciles...
Cuanto tiempo sin rondar por estos fueros, sin encontrarnos por aquí, entre líneas, entre sueños, como solíamos hacer a menudo, como era costumbre. Cuando estaba bien, cuando estaba mal, cuando estaba sólo o acompañado, cuando tenía algo que contar o simplemente, algo que esconder entre verborrea.
El caso es que hacía tiempo que no recurría a mi espacio, y me da mucho que pensar. Quizás es que me he dejado ir un poco, cambios, sucesos, asentamiento, o simplemente excusas para auto compadecerme sin ningún tipo de fundamento.
Lo cierto es que el tiempo ha seguido azotando con su látigo, a un ritmo infernal, más acelerado que nunca, sin tiempo siquiera para respirar. Tanto, que alguno de los que estaban presentes cuando hice la última entrada, hoy ya no son, ya no están, hoy simplemente han dejado de existir.
Como mi abuelita, trámite duro pero real y necesario, todos deberíamos ver morir algún día a nuestros familiares, de mayores, muy mayores sí. Pero que lo veamos nos recuerda que el ciclo de la vida sigue su curso, que no hay tiempo que perder, que sí, hoy somos testigos de un tramo cruel, pero que el círculo se cierra, y que cada vez dolerá más, que el siguiente paso será mucho más duro, tanto que incluso me da miedo imaginármelo. Y te percatas que nada merece la pena para desviarte del camino porque hoy sí, matemáticamente, estamos un peldaño más cerca de la muerte, y las matemáticas son una ciencia exacta.
Mi abuelita se apagó, de una manera quizás más consciente de lo que muchos creen, pues su ojito azul, el que mantuvo abierto observando prácticamente hasta el final, su ojito, ese hablaba por sí sólo. Decía que agradecía que estuviésemos todos ahí, sus hijos, sus nietos, su gente. Decía que esto le sucedió en el lugar que más amó, su iglesia. Transmitía paz, pues este era un simple trámite para reunirse con su Paco, eso que tanto anheló durante años y sin el que no supo vivir. Y lo haría de una manera silenciosa, indigna, pero cálida, cálida porque no hubo una mano que la soltase hasta el último momento.
Se fue sin quejarse, indefensa, seguramente igual que nació pero muy diferente a como vivió. Fue una mujer fuerte, de carácter, luchadora, una mujer de las de antes, hecha a su vida y devota de su marido, más aún después de muerto.
Y sin casi tiempo para asimilarlo, ahí estaba postrada, con su pequeño y semiabierto ojo azul observando todo, palpando cada cosa que le rodeaba, como el niño que descubre cosa nuevas, o quizás despidiéndose de todo eso y de todos aquellos que formaban su vida, quizás experimentando sensaciones que jamás volvería a sentir, el tacto, el calor humano en el roce de una mano, la complicidad y la fuerza de una mirada.
Nos unió, como siempre una situación dura como nexo de unión para una familia un tanto disgregada en los últimos tiempos. Quizás las cosas sigan siendo así, probablemente cada uno seguirá su curso y su camino, y seguiremos como hasta ahora, viéndonos de vez en cuando, en fiestas o funerales. Pero la sensación de unión que tuvimos los pocos que quedamos, los más allegados, eso ya no nos lo quitará nadie.
Hubo un instante de silencio, de miradas, de unión, de fuerza, todos los que la queríamos estábamos allí, esperando, transmitiéndole fuerzas, cariño, agradecimiento...De ella había surgido todo, era la raíz del árbol que había dado vida a todas esas hojas, todos los que estábamos allí existíamos por ella, y lo sabíamos, y le debíamos ese momento, un momento entrañable, único, de familia unida que tanto le gustaba a ella. Y tras eso se apagó.
Se fue la yaya, se fue el potajillo, el cariño a cuenta gotas, se fue parte de la casualidad que me unió a Rebeca, se fue la devoción por sus nietos, se fue la crítica destructiva, los recuerdos de niño, se fue parte de Santa Bárbara, parte de Sant Joan y sobretodo de La Llagosta, se fue parte de mi hermana y mucha parte de mi madre, se fue incluso el desencuentro constante con mi padre...Pero ante todo y pese a todo, se fue mi yaya, la de siempre, para lo bueno y para lo malo, y aunque me duela decirlo, quizás la única yaya que tuve jamás.
D.E.P. Siempre en nuestros corazones Paco y Jesusa!
P.D - Quizás algún día el ocaso no llegue, la vida no cesará y la luz jamás se pondrá en la vida de ninguna persona, ni en las que mueren ni en las que seguimos vivas. Porque los momentos en que la luz pierde intensidad, volviéndose tenue y quizás apagándose momentáneamente, ya sea por un espacio temporal breve o extenso, el caso es que de alguna manera en ese preciso instante mueres en vida, y asesinas una parte más del pequeño niño que un día fuiste y que hoy trata de sobrevivir en lo más profundo de tu corazón. Sed felices y que jamás llegue la noche a vuestras vidas, ni por un solo segundo.
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